viernes, 24 de enero de 2014

Jep Gambardella

El domingo pasado cerré la semana conociendo al gran Jep Gambardella, protagonista de la última película de Paolo Sorrentino: ‘La grande bellezza’.

Obra maravillosa. Antes de verla, y con el prejuicio en mente de que fuese una esnobada con la vieja y preciosa Roma de fondo, un amigo de cuya opinión cinéfila me fío, me comentó: “Es una de esas películas de las que sale una cada diez años”. Después de verla no me quedó más que darle la razón. Y es que existe el cine, y luego está ‘La grande bellezza. Uno no tiene la sensación de haber sido cautivado estando en la sala, tampoco al terminar piensas que has visto el peliculón del año. Y sin embargo te descubres ahí sentado en la butaca, inmóvil, embobado tragándote las letras de los créditos, hasta que 10 minutos después de terminada, el personal del cine te invita a salir, cuando la pantalla ha fundido definitivamente a negro. Nooo. Ya terminó esta deliciosa historia, piensas. Puedes darle las vueltas que quieras, pero cuando la película te ha humillado de esta forma, no puedes decir que no te ha encantado.


 Una vez digerida del todo (o al menos creo haber llegado a un punto en el que ya tengo alguna conclusión más o menos hecha), pienso en cuántas mierdas se habrán hecho para llegar a concebir una obra como esta. Cuantas cursiladas, cuanto Federico Moccia, cuantas historias insulsas, mal plasmadas, que no transmiten, vacías, obras pretenciosas que se han ahogado en la orilla. Y en cambio ahí está Jep Gambardella, elegante, tan a la deriva que ni siquiera llega a ser pedante. Sé de un entrenador de futbol (venido a profeta) al que probablemente se le haría el culo agua limón tratando de captar al vuelo algún solo consejo del esteta protagonista. La sordidez apoderada de un personaje cáustico, que se recrea en su propia decadencia, que lucha, sin ninguna intención de ganar, contra la nostalgia de sus años de plenitud, contra el paso del tiempo. Un hombre que hace de su derrota su modus vivendi. Como él mismo dice, un personaje que estaba destinado a vivir en la sensibilidad. La mirada crítica y melancólica de un estilo de vida que se va perdiendo en la modernidad, de una época dorada de su existencia (pero no sólo de ésta) que no regresará. 

Hasta aquí el análisis de un filme algo preciosista que me ha marcado. Me gustaría poder profundizar en otros temas que me escapan, como el retrato del estereotipo del dandy napolitano frente al romano clásico en extinción. Pero todo lo que pueda decir serían opiniones infundadas, pues mis desconocimiento de antropología italiana haría de esto un párrafo plagiado y empalagoso.

Como decía ese amigo mío, ahora habrá que esperar 10 años. Son de esas películas como 'Les invasions barbares' (Denis Arcand, 2003), que se dan en cuentagotas, y habrá que esperar que vuelva a aparecer algo similar.


jueves, 23 de enero de 2014

La vida de los otros

La semana pasada volví a ver una de las grandes películas europeas de la última década: la alemana ‘La vida de los otros’. Llevaba 6 años esperando a volver a verla. Me entusiasmó cuando lo hice por primera vez, y precisamente por ello quise dejar un espacio considerable de tiempo para olvidar detalles y recuperar así el frescor de las primeras veces.

Dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck, ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

Carlos Boyero dijo de la misma: "De las películas más perturbadoras, trágicas y comprensibles que haya visto en mucho tiempo. (...) Me ha dejado tocado".


El protagonista, Ulrich Mühe.
Y es que parece imposible no quedar cautivado por el protagonista. Su mirada perdida, su sutileza, sus dudas, su miedo, invitan al espectador a viajar con él. Una película nada belicosa, que expresa su pensamiento y su sentimiento de una forma casi involuntaria lo cual no le impide ser un filme con mucha fuerza.

La trama se sitúa en la RDA, también conocida como la Alemania Comunista, en plena Guerra Fría, concretamente en el Berlín de 1984. Un país en el que la Stasi, la policía secreta, persiguió a todo el que se oponía ideológicamente al régimen.

Para mí el mayor éxito y lo más valioso de la misma es el personaje de Gerd Wiesler, brillantemente interpretado por Ulrich Mühe (que lamentablemente perdió la vida al poco de estrenarse la película), más conocido como el oficial HGW XX/7 del servicio de inteligencia y espionaje de la Stasi. Éste tiene encomendada la misión de vigilar al exitoso escritor Georg Dreyman (Sebastian Koch) y su esposa, una famosa actriz de teatro. Su cometido no es otro que relatar de forma rigurosa, todo lo que suceda en la vida del artista, cuya casa está totalmente minada de micrófonos, y redactar informes de su día a día. Sin embargo, a lo largo de la película sucede algo que ni la Stasi ni el propio agente HGW XX/7 podían imaginar. Una especie de Síndrome de Estocolmo a la inversa, en el que el espía, a medida que va avanzando en su misión, se va enamorando del talento y la intimidad del genio vigilado, hasta tal punto que es absolutamente rehén de su aura.

                                           

Una película llena de fuerza que habla de la represión, la impotencia y la tragedia inherente a toda dictadura; la persecución ideológica, el control sobre el ser humano, la manipulación de su forma de pensar. Un viaje, a través de las emociones, por un capítulo muy gris de la historia moderna de Europa. Pero yo iría más allá, pues es una película absolutamente actual. Supongo que  a más de un miembro del NSA le debieron pitar los oídos viendo esta obra de arte, y no son pocos los símiles llenos de sorna que se han hecho entre Obama y el protagonista del filme. Como sucede con los clásicos, que tocan temas inmortales, ‘La vida de los otros’ está llamada a no pasar nunca de moda, a no dejar de ser actual aunque pasen los años. Da buena cuenta de lo imprescindible que es la cultura como altavoz de la sociedad, sobre todo en regímenes opresores.

La guinda la pone una frase final que, igual que a Carlos Boyero, me dejó tocado. Una muestra fiel de la sutileza de un diálogo llevada al extremo que logró ponerme la piel de gallina y emocionarme.


viernes, 17 de enero de 2014

La sonrisa de Mandela. De John Carlin.

Transcribo a continuación algunas de las citas que me han gustado del libro de John Carlin, que por otra parte tampoco es ninguna maravilla ni la gran obra que esperaba sobre Mandela, pero sí un relato muy sentido que da una idea de por qué fue tan especial, tan único y probablemente el personaje más influyente de la historia reciente.
Los apuntes acerca del carisma y la empatía son de gran ayuda para comprender la esencia de este gran personaje.

"El apartheid equivalía a un genocidio moral".

"Fue un profesor del colegio quien le puso el nombre de Nelson, en honor del más famoso de los Almirantes Británicos".

"¡Es increíble! ¡Mandela fue capaz de perdonar a todos sus enemigos, pero fue incapaz de perdonar a su exmujer!"

Cubierta del libro (Destino, 2013).

Sobre el carisma:
"Mandela tenía la nobleza verdadera de la naturalidad y no era consecuencia de un esfuerzo mental consciente. Los americanos habrán escrito cuarenta tesis dosctorales y más libros de autoayuda que analizan los tributos necesarios para imponer tu personalidad, hacer amigos e influir en la gente. Pero Mandela es un líder natural. Posee una tremenda confianza en sí mismo. Siempre está convencido de caerle bien a la gente. Tiene la absoluta certeza de ello y, cuando tienes esa seguridad, desprendes unas vibraciones que llamamos carisma. Cuenta con un antivirus en su sistema que lo invita a creer que les parece simpático a todos". 
Tony O'Reilly, empresario irlandés que conoció a Mandela.

"Por desgracia para los escritores de tesis doctorales y manuales de autoayuda ese carisma de alto voltaje es algo con lo que se nace, o en algunos casos se aprende de pequeño. Como señalaba O'Reilly, sólo puede ser algo natural".

Sobre la empatía:
"Mandela poseía una extraordinaria empatía. Como herramienta de liderazgo, la empatía vale el doble que cualquier otra, porque combina la generosidad con la habilidad de sacar réditos políticos, Mandela interiorizaba los miedos y aspiraciones de sus enemigos, les dejaba claro que los comprendía y al ser capaz de ponerse en su piel conseguía ganarse su gratitud y estima, al tiempo que les tomaba la delantera en las negociaciones. Los líderes afrikáners con los que pactó sucumbieron a su embrujo, pero nunca fueron capaces de comprender su forma de pensar como él entendía la de ellos".

La figura del líder:
"Un líder de verdad es alguien que nos puede ayudar a superar las limitaciones de nuestra pereza individual y de nuestro egoísmo y debilidad y miedo y lograr que hagamos cosas mejores, y más difíciles que las que podemos hacer por nosotros mismos" David Foster Wallace (periodista).