Hace unos días estuve en Madrid y
me llevaron a merendar al Jardín Secreto.
Me gustó hasta tal punto, que dedico, por vez primera, un post al arte
culinario. Muy cercano a la plaza España, tocando con la Gran Via, se encuentra
en un lugar resguardado, una esquina que me atrevería a calificar de lóbrega y
nada transitada. Desde fuera no llama la atención, apenas una puerta azul cielo
y unos ventanales sin más. Y sin embargo resulta imposible asomarse y no querer
entrar.
Dentro te recibe un ambiente
tranquilo, no diría de salón de té inglés. básicamente porque en España todavía
no hemos aprendido a adaptar nuestros decibelios a un salón de esas
características, y en segundo lugar, porque lejos de la decoración
convencional, clásica y recargada, adentrarse en el Jardín Secreto es hacerlo
en un mundo de sensaciones e impactos sensoriales. Algo así como una mezcla de
Alicia en el País de las Maravillas y el patio interior de la casa de Tim
Burton (en el que por supuesto no he estado, pero si tuviese que apostar, diría
que debe de asemejarse bastante a eso). Te introduces en una nueva dimensión,
un lugar con encanto pero sin caer en la cursilería ni en la excesiva
modernidad con que se nos castiga en algunos lugares conceptualmente similares.
Es como estar dentro de una selva fantástica. Un restaurante al alcance de
todos los bolsillos, en el que los comensales comulgan con el buen rollo del
lugar, y te introduce en un clima de muy buen rollo, bajo una tenue luz.
Podría terminar aquí, y el sitio
ya sería ganador, sin duda, pero resulta que abres la carta y te quieres pegar
un tiro porque la variedad de chocolates a la taza es tan extensa como la lista
del INEM. Al final, tras enamorarte de 10 o 12 posibles, acabas eligiendo al
azar, o si prefieres rehusar responsabilidades, lo dejas en manos de los
camareros, que por cierto son muy majos. Cuando ya tienes elegida la bebida,
toca acompañarla de una buena tarta, y con ello volvemos a las andadas porque
pese a que las opciones no son tantas como los chocolates, la carta es de
aquellas prosas que dificultan no sólo la concepción imaginativa del plato por
parte del comensal (del estilo: repolla
al caramelo bañada en aspersor de chocolate al gusto del tio Sebastián, con
viruta lacada al fuego flambeado por nuestro cocinero), sino también la
decisión final, pues sólo de imaginar el 20% de lo que ha querido decir esa
frase (en mi caso entendí caramelo, chocolate y cocinero), parece imposible no
comérsela.
El resultado es una merienda de
bandera, espectacular y sin ningún pero, inmerso una especia de viaje
psicotropical de fantasía!! Por su originalidad sin buscar más allá de las
fronteras, por saber adaptar una buena idea sin escapar del estilo gastado y auténtico
de Madrid, El jardín secreto me merece un 10.
P.D.: Por lo visto también dan
cenas…así que pronto otro post!!
P.D.II: Por si queréis ir:
El Jardín Secreto
c/ Travesía del Conde Duque, 2
28015 Madrid
Tel. 91 543 34 54
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