Como
cada año has pasado con indecente celeridad. Te he estado esperando 11 meses,
has sido mi motivación en los momentos de pesadumbre, he viajado mentalmente
hasta ti en no pocas ocasiones y finalmente te has convertido en un gusanillo en
mi estómago en esos últimos días antes de tu triunfal llegada. Hoy en cambio,
te miro ya por el retrovisor, y tengo la evidente certeza de que regresarás,
pero es imprudente empezar ya a pensar en ti como algo futuro, pues ahora sólo
eres pasado. Lo que ayer era ilusión hoy es nostalgia (y, desde la oficina, hasta
pensamientos suicidas).
Un
año más has venido en forma de bañador, Quelitas, sal marina, gazpacho Alvalle,
sol y amigos. Buen humor y relax podrían ser dos términos para definirte, pero
tu grandeza deja estéril cualquier palabra a la hora de tratar de captar toda
tu esencia. No es del todo correcto decir el verano, pero sí ‘MIS vacaciones de
verano’: eres mi termómetro anual, el que determinará el equilibrio del resto
del año, en realidad eres mi fin de año, pues cuando terminas siento que ha
finalizado un período emocional. El día que vuelvo de verano es mi particular 1
de enero. Hoy sí que me siento un año más viejo. Los veranos son una dulce
forma de avisar de que te haces mayor, son ellos los que en el futuro evocarán
los mejores recuerdos de la vida, sobre todo si los entiendes compartidos con
los tuyos, con aquellos actores secundarios que permites (y necesitas) que coprotagonicen
tu película.
Yo
te disfrazo de calor y de mar, otros lo harán de otra forma. Es tiempo de
siestas, de comer a todas horas, de lectura y de atardeceres entregados a mi
placentero vicio de engullir kilómetros zancada a zancada. Es aire libre,
noches estrelladas y dormir con el único ruido
que tiene acreditación VIP en mi habitación: el de las olas del mar. Es la
guerra declarada al reloj, ya no hay horarios. En verano levantamos un muro contra las preocupaciones, toca abrir un hueco, necesario, con la rutina, distanciarse, al menos mental y
emocionalmente, y desplazarse a otros estadios de la realidad...
Hay chiringuitos
de verano, noches de verano, horario de verano, ligues de verano, la
canción del verano... Parece que la gente pierde la cabeza con estas fechas y
que es obligatorio pasarlo bien, gastar dinero y conocer gente que,
precisamente por ser verano, parece más interesante que si la hubieras conocido
en cualquier otra época del año. Pero es justamente esa predisposición
generalizada en la gente lo que convierte las vacaciones de verano en un
momento mágico. Habría que analizar el porqué de esa predisposición, pero eso
es carne de otro post.
De
nuevo te despido entre lágrimas, especialmente cuando me pongo frente a la
pantalla del ordenador en la oficina. Te echaré de menos, querido. Pronto
llegará la nostalgia más madrugadora en forma de simpáticas (o no tanto) fotos,
luego las cenas para recordarte y por último bajarán las temperaturas y el sol
se irá a las 5 de la tarde, para terminar de un porrazo con este bonito sueño.
Pero para entonces el despertador ya hará meses que suena a una hora indecorosa,
al salir de la ducha ya no veremos la marca del bañador en nuestra piel, los
shorts femeninos estarán siendo devorados por las polillas muy al fondo del
armario y los escotes volverán al reino de la imaginación (a veces creedme que
están mejor ahí, otras, por suerte, no...). Ahora toca volver a ver a ‘los de
siempre’ y rezar para que cuando cortésmente les preguntemos por sus vacaciones
no extraigan sus teléfonos móviles de los bolsillos y nos conviertan en
víctimas del reportaje gráfico de su descanso estival, lleno de fotos (o peor
aún, vídeos) del magnífico apartamento que alquilaron junto a la playa de ‘nosedonde’,
del velero de muchos metros en el que
fueron, de cómo sus bebés han empezado a caminar, lo bien que ha aprendido a nadar
su hijo o lo buena que estaba la titi
que han cortejado (o al menos eso cuentan) durante estos últimos días.
Vuelve
la rutina, poniendo fin así a todas aquellas licencias que nos tomamos precisamente por ser verano. Licencia para
despertarse tarde, para ir sin camiseta y andar descalzo, para comer a las 5 y
cenar pasadas las 11, para quedarse dormido a cualquier hora, para salir de
fiesta cada día de la semana, licencia para verse más guapo cuando uno se mira
al espejo, para bañarse desnudo (y acompañado en el mejor de los casos) en el
mar al volver de la discoteca, licencia, en definitiva, para disfrutar de lo
que los italianos llaman el ‘dolce far niente’...
Guardemos
la ropa de color chillón, las bermudas y las chanclas, guardemos los
sueños...se acabó vivir con los nervios y preparativos, precisamente porque ya
pasó.
En
fin...mucha suerte a todos en la rentrée, y ¡que viva el verano!
Que grandeza de Post, me hago fan #muyfan de tu blog.
ResponderEliminarDesde que tengo uso de razón he medido el paso de los años en veranos, y el fin del verano siempre ha sido un cambio de ciclo, siempre he temido ese día en que has de volver a abrir el cajón de los calcetines y enfundartelos en unos pies aún con arena. Mirar hacia adelante, respirar hondo y pensar este año, haré tal y tal y tal... y luego hacer solo la mitad, porque has pasado mucho tiempo pensando ya en el próximo verano e imaginandote como un niño pequeño que mira desde abajo un cartel de Frigo (¿Se puede hacer publicidad en tu blog??) pensando en que helado vas a pedirte...
En fin, por muchos findes en la costa o escapadas a Ibiza y Formentera, el verano ya ha pasado... este año en colores fluor, pero ya ha pasado...
PD: el día que recupero los calcetines, es el mismo que vuelvo a recuperar los calzoncillos, si es que yo soy muy del verano...
RUMASA
Rumasa!!
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado el post. Muchas gracias por tus palabras. Te diré que de los helados Frigo me quedo con el frigopié y mi instinto de ir seccionando dedos hasta dejar el helado como el pié de Edurne Pasabán. En cuanto a lo de que vayas sin calzoncillos...forma parte de las cosas que no esperas aprender al escribir un post, pero como el saber no ocupa lugar, tomaré nota (digamos que conozco la práctica, le da un toque al verano, sí señor).
Un abrazote!