Ayer el mundo del tenis volvíó a vivir una gran velada, una de las 5 grandes finales del año. La Copa de Maestros pone el cierre a un año con claro dominio del serbio Novak Djokovic que le ha catapultado hacia el número 1 de manera incontestable. Sólo la arcilla parisina le ha separado de completar el que habría sido un histórico Grand Slam en un año, como sólo ha logrado hacerlo antes Rod Laver en dos ocasiones y Don Budge. Un año más el dueño de la Philippe Charier fue el manacorí Rafael Nadal, que este año ha sufrido un duro rapapolvo de manos de 'Nole', que le ha pasado la mano por la cara hasta en 6 finales, convirtiéndose en su bestia negra, recordando al sentimiento que inflingióle él al Express suizo, Roger Federer.
Y precisamente éste último, se citó ayer con la historia, para volver a elevar al infinito su tennis bañado en quilates. Federer tenía ante sí la oportunidad de salvar una temporada en la que por primera vez desde 2003 no ha ganado ningún Grand Slam, pero por encima de eso, podía sumar su sexta corona de maestro, dejando atrás a Ivan Lendl y Pete Sampras y convertirse en el tenista más laureado de la historia del torneo.
Federer salió a la pista con la elegancia y temple que le caracterizan, muy concentrado y consciente de que era su noche, en un abarrotado O2 arena de Londres, la ciudad que le ha visto sembrar su hegemonía y a la que ha regalado tantas tardes de tennis sin igual, la misma en la que ha plantado los cimientos para convertirse en el mito que hoy, a sus 30 años, es. El suizo solventó la papeleta de la primera manga sin excesivos apuros, pero sin la brillantez a la que nos tiene acostumbrados.
En el segundo set, cuando ya parecía que el partido no iba a tener más historia, tuvo una bola de torneo y Federer volvió a sentir el tilín del triunfo, volvió a sentir a esa amante que tanto hacía que no rondaba su cama: el éxito, la vicoria disfrazada de mito! Ese lobo que enseña sus garras hasta al más veterano, ese mónstruo que sólo se presenta a los más grandes y antes el que todos doblan la rodilla: la grandeza eterna. Y Roger no fue una excepción: tras más tiempo del habitual sin una gran victoria al de Basilea le tembló la mano y cedió en el tie break una segunda manga apasionante, ante un Tsonga que sacó lo mejor de su desordenado y pasional tenis para forzar el decisivo set final (aprovecho para comentar lo desacertado que me parece por parte de la ATP que una final de Masters se celebre a 3 sets, tratándose de un torneo con las 8 mejores raquetas del momento).
El empate dio alas a Alí Tsonga, y se abrió un partido de incertidumbre ante la pérdida de acierto en el suizo, que sufrió con el primer servicio y con un descarado Tsonga que fue repartiendo leñazos sin gobierno por la pista, y dejando detalles de su enorme, aunque poco ortodoxo, tenis.
Finalmente Federer quiso más, puso más cabeza, y se llevó un partido que le reafirma como el jugador eterno, el histórico número 1 de este deporte, el mejor jugador de la historia y maestro entre maestros. La elegancia elevada al cubo, un contínuo homenaje a la estética y la plasticidad en cada uno de sus perfectos golpes. Roger Federer necesitaba una victoria así y los aficionados a este bello deporte y en especial sus fans incondicionales, entre los que me cuento, queríamos volver a verle en lo más alto.
Gracias por tu tenis Roger.