Ambientada en
Se trata de la interpretación que el hijo hace de la vida del padre. Un hijo que con el paso de los años ha querido interpretar cada etapa de la vida de su padre, y que desde su ausencia se dedica a tratar de recomponer el puzzle y tratar de entrar en la piel de su ídolo. Una difícil tarea, que evoca un amor sin fronteras al que se puso freno de forma precipitada pero que el autor se empeña en transmitirnos, para así sentir que salda su deuda ya no con su padre sino consigo mismo.
Lo que me ha parecido más interesante del libro es la visión de la vida que tiene el propio muerto, que se resume a la perfección el poema de Jorge Luis Borges que da título al libro. En él se nos plantea lo efímero de nuestra existencia, la pequeñez de nuestro ser en la historia, la insignificancia. Es cruel ver que estamos destinados a ser polvo, no sólo literalmente hablando si no también “polvo mental”. ¿Quién habla de los bisabuelos? Las personas son recordadas por la generación que les precede, a lo sumo por la siguiente, pero nadie va más allá. Nadie perdura en la eternidad (salvo, añado yo, el que logra grandes gestas para la historia de la humanidad, pero ellos son unos pocos y merecen un capítulo aparte). Cuando alguien se va, los que le quieren serán portadores de su esencia, lo llevarán consigo el resto de sus días, lo transmitirán a los que vendrán, pero al fin y al cabo, antes que después están condenados a desaparecer. La novela viene a decirnos que cuando mueres, serás recordado por los que te quieren, pero el día que ellos mueran pasarás a ser polvo, como todos.
Si bien es cierto que las primeras páginas son algo lentas y quizás hasta vacuas, poco a poco la narración coge fuerza y se convierte en un relato magnífico. Una preciosa historia de amor de un hijo con su padre, originalmente triste y cruda, pues el autor se aleja del dolor, y busca transmitir el sentimiento autobiográfico. Una vida llena de desgracias que de manera magistral el autor evita convertir en un drama gracias a la paz que le proporciona escribir estas líneas y liberarse del deber que siempre le ha perseguido: lograr que su padre dure más tiempo si es posible, antes de convertirse en el inevitable olvido que seremos. Es el triunfo de la palabra, sin rencor y sin ánimo de venganza.
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