Por fin ha llegado el mes de julio y con él algo que llevo un
año esperando: San Fermín. Como siempre, todo está listo para mi desembarco en
la capital navarra, este año bien organizado, con un piso en pleno centro y un
grupo de 14 personas con ganas de divertirse y disfrutar de una fiesta sin
igual, para dejar atrás mis periplos de otros años por los parques pamploneses.
Los que no han estado nunca no se explican la internacionalidad de la fiesta,
no entienden que es algo más que beber y emborracharse, y por ello dedicaré
algunas líneas a hablar, con sentimiento, de estas fiestas tan especiales para
mí.
Evidentemente este artículo es subjetivo, puesto que dichas
fiestas tienen una carga emocional especial para mí. Mi padre fue durante 30 años a San Fermín, y
en mi memoria quedaron indelebles aquellas llegadas a Barcelona vestido de
blanco, manchado de vino, agotado y con la parte delantera del coche llena de mosquitos. Lastimosamente no
pudimos vivir un San Fermín juntos y ni siquiera he podido compartir con él las
impresiones de mis estancias ahí, pero desde mi primer año, cuando tomo el
primer trago me invade un cosquilleo de felicidad y con una sonrisa gigante en
la cara le guiño un ojo ahí donde esté, seguro que orgulloso de haber
transmitido de forma póstuma su pasión. Decía Juan José Campanella en "El
secreto de sus ojos" que el ser humano puede cambiar de novia, de amigos, de
ciudad, incluso de familia, pero hay algo que permanece para siempre: las
pasiones. Mi padre tuvo una vida de constante cambio, empezando por ser hijo de
un embajador, lo cual le llevó a no permanecer más de 2 años seguidos en la
misma ciudad hasta la pubertad, para luego casarse y separarse en dos ocasiones
e incluso, en los últimos años de su vida, ir sustituyendo paulatinamente su
profesión, la abogacía, por su verdadera vocación: la pintura. Pero entre
todo este permanente movimiento hubo algo que nunca cambió :
su pasión sanferminera.
Cuando él murió yo aun era muy niño para haber podido ir
juntos a unas fiestas en Pamplona, pero cuando cumplí 20 años la intriga y "algo más" me hizo peregrinar
a la Comunidad Foral.
Quería descubrir el porqué de la pasión de mi padre. Me bastaron 20 minutos en
el corazón de la fiesta para emocionarme y llamar a mi hermana y entre el
griterío de la gente decirle: "¡ahora entiendo a papá, viva San Fermín!".
Desde entonces sólo he fallado un año, y de momento cada edición de esta fiesta
me da más motivos para volver. Tal fue la fuerza de esa pasión, que su esencia
se quedó impregnada en nuestro hogar, en mi memoria y sobre todo en mi corazón,
y logró pasarme el testigo aún habiendo abandonado este mundo.
El viernes a las 12 en
punto del mediodía estaré bajo el balcón del Ayuntamiento para vivir mi primer
Txupinazo. No puedo esconder mis nervios. Cuentan que es el mejor momento, el
que concentra mayor alegría y que cuando explota el cohete lo hacen con él el
delirio y la euforia de los miles de feligreses congregados en tan pequeño
espacio. Se pone fin a un año de espera y se abren las ansiadas celebraciones.
Por delante, una semana de diversión y excesos, pero también de otras muchas
cosas. San Fermín es alcohol, evidentemente, y drogas para aquellos que gustan
de consumirlas, sin embargo sería injusto quedarse sólo con esa imagen, pues también son tradiciones (desde el Riau Riau, a la
procesión del Santo, pasando por el Txupinazo, los encierros, lascorridas de
toro en Sol, los Gigantes y Cabezudos, las Peñas, el amuerzo sanferminero y
muchas otras más). Es una fiesta popular que se vive en la calle, donde la
gente va a divertirse y sobre todo a dejar divertir a los demás. Si tuviera que definirlo
con una sola palabra, elegiría "hermandad". Curiosamente y pese a los
niveles etílicos que presenta la gente es raro ver una sola pelea en Pamplona,
en ese aspecto es un ambiente muy sano. Las calles llenas a rebosar de gente
vestida de blanco con el pañuelo rojo y la faja del mismo color, cantando y
bailando al son de la música de las Peñas, dejando una estampa preciosa. Por ello, y por muchas otras cosas, ¡VIVA SAN
FERMÍN! ¡GORA SAN FERMÍN!.