jueves, 5 de julio de 2012

Viva San Fermín


Por fin ha llegado el mes de julio y con él algo que llevo un año esperando: San Fermín. Como siempre, todo está listo para mi desembarco en la capital navarra, este año bien organizado, con un piso en pleno centro y un grupo de 14 personas con ganas de divertirse y disfrutar de una fiesta sin igual, para dejar atrás mis periplos de otros años por los parques pamploneses. Los que no han estado nunca no se explican la internacionalidad de la fiesta, no entienden que es algo más que beber y emborracharse, y por ello dedicaré algunas líneas a hablar, con sentimiento, de estas fiestas tan especiales para mí.

Evidentemente este artículo es subjetivo, puesto que dichas fiestas tienen una carga emocional especial para mí.  Mi padre fue durante 30 años a San Fermín, y en mi memoria quedaron indelebles aquellas llegadas a Barcelona vestido de blanco, manchado de vino, agotado y con la parte delantera del  coche llena de mosquitos. Lastimosamente no pudimos vivir un San Fermín juntos y ni siquiera he podido compartir con él las impresiones de mis estancias ahí, pero desde mi primer año, cuando tomo el primer trago me invade un cosquilleo de felicidad y con una sonrisa gigante en la cara le guiño un ojo ahí donde esté, seguro que orgulloso de haber transmitido de forma póstuma su pasión. Decía Juan José Campanella en "El secreto de sus ojos" que el ser humano puede cambiar de novia, de amigos, de ciudad, incluso de familia, pero hay algo que permanece para siempre: las pasiones. Mi padre tuvo una vida de constante cambio, empezando por ser hijo de un embajador, lo cual le llevó a no permanecer más de 2 años seguidos en la misma ciudad hasta la pubertad, para luego casarse y separarse en dos ocasiones e incluso, en los últimos años de su vida, ir sustituyendo paulatinamente su profesión, la abogacía, por su verdadera vocación: la pintura. Pero entre todo este permanente movimiento hubo algo que nunca cambió : su pasión sanferminera.

Cuando él murió yo aun era muy niño para haber podido ir juntos a unas fiestas en Pamplona, pero cuando cumplí 20 años la intriga y "algo más"  me hizo peregrinar a la Comunidad Foral. Quería descubrir el porqué de la pasión de mi padre. Me bastaron 20 minutos en el corazón de la fiesta para emocionarme y llamar a mi hermana y entre el griterío de la gente decirle: "¡ahora entiendo a papá, viva San Fermín!". Desde entonces sólo he fallado un año, y de momento cada edición de esta fiesta me da más motivos para volver. Tal fue la fuerza de esa pasión, que su esencia se quedó impregnada en nuestro hogar, en mi memoria y sobre todo en mi corazón, y logró pasarme el testigo aún habiendo abandonado este mundo.


El viernes a las 12 en punto del mediodía estaré bajo el balcón del Ayuntamiento para vivir mi primer Txupinazo. No puedo esconder mis nervios. Cuentan que es el mejor momento, el que concentra mayor alegría y que cuando explota el cohete lo hacen con él el delirio y la euforia de los miles de feligreses congregados en tan pequeño espacio. Se pone fin a un año de espera y se abren las ansiadas celebraciones. Por delante, una semana de diversión y excesos, pero también de otras muchas cosas. San Fermín es alcohol, evidentemente, y drogas para aquellos que gustan de consumirlas, sin embargo sería injusto quedarse sólo con esa imagen, pues también son tradiciones (desde el Riau Riau, a la procesión del Santo, pasando por el Txupinazo, los encierros, lascorridas de toro en Sol, los Gigantes y Cabezudos, las Peñas, el amuerzo sanferminero y muchas otras más). Es una fiesta popular que se vive en la calle, donde la gente va a divertirse y sobre todo a dejar divertir a los demás. Si tuviera que definirlo con una sola palabra, elegiría "hermandad". Curiosamente y pese a los niveles etílicos que presenta la gente es raro ver una sola pelea en Pamplona, en ese aspecto es un ambiente muy sano. Las calles llenas a rebosar de gente vestida de blanco con el pañuelo rojo y la faja del mismo color, cantando y bailando al son de la música de las Peñas, dejando una estampa preciosa.  Por ello, y por muchas otras cosas, ¡VIVA SAN FERMÍN! ¡GORA SAN FERMÍN!.

1 comentario:

  1. Hola, Yago:

    Yo sí coincidí con tu padre un año en San Fermín. Fue un año trágico, aquel 1978. El país en plena transición y golpeado por los atentados terroristas de Eta y de la extrema derecha. El día 8 de julio la Policía entró a tiros en la plaza de toros después de que unos jóvenes exhibiesen una pancarta en favor de la amnistía de los presos de Eta. En los altercados posteriores falleció por impacto de bala un joven de nombre Germán. Esos sanfermines fueron suspendidos por primera vez en su historia y popularmente han pasado a la posteridad como los Sangermanes, en honor del fallecido. El episodio de la plaza de toros me lo contó tu padre indignado, ya en Barcelona.
    Llegué a Pamplona al atardecer del 7 de julio, acompañado de Manolo, cuando la policía a base de palos dejaba las calles desiertas. Enseguida pudimos refugiarnos en un bar de la plaza Castilla. Cuando nos pareció que ya no había peligro de recibir una paliza en la calle, salimos en busca de un restaurante donde cenar. Enseguida surgieron de nuevo los disturbios y corriendo nos metimos en un portal donde en el segundo o tercer piso se ubicaba un restaurante llamado Aralar. Estaba la puerta cerrada y no querían abrirnos, está completo, decían. Casualidades de la vida, a través del cristal vi en el interior un rostro conocido. Era tu padre, mi amigo. Intercedió por nosotros. Nos hicieron un hueco y compartimos una cena exquisita con tu padre y su grupo de San Fermín de todos los años. Eran las cuatro de la mañana cuando pudimos salir, corriendo cada cual en dirección a su coche. A la siete de la mañana Pamplona estaba patas arriba y Manolo y yo regresábamos a Barcelona.

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