miércoles, 8 de mayo de 2013

ACEPTAR ≠ Resignar

Leí hace años una novela de David Trueba en la que se analizaban las historias de varios personajes de distinta índole que no acababan de encontrar el éxito que intuían para su vida. Más allá del desarrollo de la novela, que me pareció mejorable, el planteamiento es, cuanto menos, interesante, y el título sugerente y acertado: Saber perder.

Demasiadas veces nos obsesionamos con conseguir las cosas cuándo y cómo nosotros queramos. Y ni siquiera hacemos un espacio no ya para el plan B, si no para contemplar la posibilidad de que no salga el 'plan A'. Un amigo mío suele decir: “si el plan A no funcionó, todavía quedan 25 letras más en el abecedario”. Suena a típica frase de libro de autoayuda, (no he perdido el tiempo buscándolo, aunque imagino que así es) pero evitando buscarle tres pies al gato, creo que es un planteamiento coherente.


Tan importante es tener un 'plan A', como una capacidad de sobreponerse cuando esa vía queda obsoleta. No digo que haya que ir por la vida siempre con la ‘B’, la ‘C’ o las demás ya diseñadas, pues en ese caso nunca llegaríamos a vivir la ‘A’ con la intensidad que merece (si la consideramos LA opción debemos desgañitarnos por ella). Pero sí es interesante y recomendable vencer la dependencia del plan principal, ya que tanto si lo conseguimos como si no, la vida continuará, cosa que muchas veces perdemos de vista.

A lo largo de los años uno va acumulando experiencias, y de todas se aprende (o así debería ser). Poco a poco uno alimenta su “saber perder” pues el “saber ganar” se nos intuye innato. Lamentablemente de pequeño te educan únicamente en el triunfo, pues es más agradable alimentar los sueños de los niños que no explicarles según qué cosas. Nadie le habla a un niño de lo que significa no ganar, y es una tarea que se supone que debe encontrar cada uno a medida que vaya tropezando con los baches del camino. Es curioso como te decían eso de “dale la mano al contrincante” cuando perdías un partido de futbol y creías que terminaba el mundo. Y claro, el mundo no terminaba, lo que sí lo hacía ahí es toda la educación que recibimos en materia de “no-éxito”. Nadie enseña a los niños que los escenarios son cambiantes y a menudo adversos, o al menos nadie lo hace con la misma tenacidad y empeño con la que se les habla de los triunfos. Sería un error pensar que hablarles de ello equivalga a inculcarles mentalidad perdedora. Debemos enseñar a los niños a pelear hasta la saciedad por lo que quieran lograr, ahí residirá el éxito de las generaciones venideras, pero no por ello generar un silencio en torno a la no consecución de las cosas cuándo y cómo uno quiere.


 Es importante concienciarse cuanto antes de que en la vida no todo son la victoria que creíamos; hay no-victorias (que no tienen porqué ser derrotas) en el camino de todos, y de esas se alimenta la capacidad de resiliencia de cada uno. Solemos decir que las experiencias negativas te hacen más fuete, sin embargo, coincidí con un buen amigo en que la verdadera virtud, lo que realmente te hace fuerte es la rapidez para aceptar y, por ente, sobreponerse. Lo que se conoce como capacidad de reacción. Y claro que no hay mal que 100 años dure (refrán tan cierto como evidente), pero más que plantear así la adversidad, lo inteligente no es esperar a que el tiempo lo repare todo, sino anticiparse para encontrar otras formas de lograr lo que nos habíamos propuesto.

En otras palabras, que las cosas no salgan como uno esperaba no implica el fin de los sueños, y no debe alejarnos de nuestro objetivo último. Y no me refiero, precisamente, a que llueva el día de tu boda, que coincido en que es una putada, sino a saber convivir con el tambaleo congénito al 'no-dominio' de lo que no depende de uno.

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