jueves, 14 de marzo de 2013

Las ideas caminadas



Escribo este post desde el patio interior de una cafetería en una zona tranquila al sur de Hollywood, rodeado de plantas y en un ambiente de trabajo típicamente americano: cada uno con el último orgasmo de los sucesores de Steve Jobs en forma de aparatotecnológicosalvadordelmundo. Aparezco yo con mi zapatronco que tiene más años que la Ría de Bilbao, y pese alguna mirada que parece decir "pero por Dios, para eso ven con la Hispano Olivetti, que esto es EEUU" me instalo.


Bromas aparte, por fin he tenido un primer momento de paz, de sentarme a disfrutar de este delicioso placer que es para mí escribir. Y mientras escribo, me lamento  de que el bueno de Steve no inventase (tiempo al tiempo, quizás hay 4 granujas que ya disfrutan de eso y lo sacarán a la venta dentro de 10 años) algo para transcribir lo que uno piensa mientras camina…¿y por qué digo eso? Simplemente porque quería dejar constancia de esas reflexiones que uno hace cuando sale a dar una vuelta con el único objetivo de relajarse, tomar el aire y compartir un rato con uno mismo o con una buena compañía.

Recuerdo como cuando tenía apenas 9 años, en mis campamentos de verano, (esas estancias de 2 o 3 semanas en el extranjero) lloraba añorando a mis padres, y como a modo de auto terapia salía a hablar conmigo mismo, repitiéndome las dos o tres cosas que me daban fuerza para superar lo que entonces era una adversidad (y que con el tiempo se fue convirtiendo en la ansiada libertad del adolescente: la distancia con el hogar). Tanto esos paseos terapéuticos, como yo, hemos ido cambiando, y me resulta gracioso observar como sigo aprovechando mis paseos solitarios para explicarme cosas que pululan por mi cabeza de forma inconexa. Me viene a la mente Estambul, ciudad mágica en la que viví mi primer viaje absolutamente solo. Fui visitando mezquitas, mercados y perdiéndome por las calles de una de las ciudades más totales que he conocido. Dedicaba al dulce quéhacer de dar pasos sin rumbo fijo, entre 6 y 8 horas diarias, y en esos interminables paseos planteaba ideas que sin pensar que eran de rabiosa actualidad para mí, resulta que sí lo eran, y como muestra inequívoca era que en ese momento de tranquilidad se presentaban como el mejor tema sobre el que dar una vuelta de tuerca. Hablaba en mi cabeza con amigos y familiares, contándoles cosas (que evidentemente nunca llegaron a oír), desmenuzando situaciones, cuando en el fondo simplemente hablaba conmigo.


París fue también un buen testigo de ese tipo de paseos durante los 4 meses que pasé en esa ciudad que no fue construida sino decorada (a la que por cierto le sigo debiendo un post) fue un buen escenario para vagabundear entregado a largos pensamientos y a lo que concebí como “las ideas caminadas”.

Las ideas caminadas deben entenderse en tanto que comparadas con las ideas estáticas. Evidentemente no hace falta salir a pasear para reflexionar, o para tener una buena idea, pero, al menos en mi caso, cuando pienso de una forma quieta el eco me acaba resultando insoportable. En cambio, salir a pasear sin rumbo ni mucho menos prisas, alimentando la vista con paisajes que no necesariamente tienen que ser nuevos, pero sí cambiantes (movimiento) me ayuda a madurar las ideas, a repasarlas, a tomar perspectiva, y a fin de cuentas a reposar lo pensado. Me proporciona la abstracción total, la escapada.

El que lea este blog más o menos a menudo conocerá mi pasión por correr, un ejercicio que libera la mente, desde luego; pero el buen corredor sabrá que los pensamientos corridos son volátiles, y apenas un mismo tema permanece más de 1 o 2 minutos. De golpe, no sabes cómo, estás pensando en otra cosa, a veces incluso la consistencia es tan ínfima que ni te das cuenta de que hace 10 minutos estabas pensando en algo totalmente distinta.

Centrándome en el momento que me ocupa, salir a pasear en una ciudad que no es la tuya te convierte en ese anónimo delicioso que se va cruzando con caras que nunca más volverá a ver. Piensas en tus cosas, indagas, intentas entender situaciones, y cuando has repetido más de 3 o 4 veces la misma idea, supones que esa será una primera gran conclusión.


Sigues caminando, ves tu reflejo en el escaparate de una tienda, en el ventanal de un restaurante, y al verte, te crees distinto, y porqué avergonzarse: más interesante. Piensas: ése soy yo. Has escapado de tu yo más usual, el que tenías más gastado. Has logrado darle una tregua a tu personaje principal y estás asistiendo al casting de los potenciales personajes secundarios que puedes llegar a generar. Estás tratando de observar de qué son capaces y cuánto puedes aprender de ellos. Y asistir a esa invasión, a ese allanamiento de uno mismo por uno mismo (valga la redundancia) convierte el rato en maravilloso.

Es la grandilocuencia que se regala a sí mismo el expatriado, que vive a medio camino entre el fantasma de la morriña (que si te despistas puede ser insoportable, siempre en la medida en que la quieras alimentarla), y el placer e ilusión de la nostalgia anticipada: es decir, la tremenda emoción de saber que lo que se está viviendo no regresará. Y eso es lo que invita a uno a querer comerse “su” mundo cada día.

Pues sí, eso también sucede aquí en LA,

#prontomás

1 comentario:

  1. Yago, me acabo de leer todos tus Post por primera vez. El de la maratón piel de gallina.
    Éste también muy bueno, no lo dejes y escribe más a menudo que valen la pena...

    Un abrazo y disfruta.

    Gongnb.

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