lunes, 17 de junio de 2013

3 horas y 48 minutos para el recuerdo


(Hoy hace un año…)

Era domingo y se cumplía un mes exacto del primero de los dos conciertos que dio en Barcelona. Un mes en el que mientras mi país se hundía económicamente, yo procuraba aislarme escuchando canciones suyas y rememorando el regalo que nos hizo a mí y a las 50.000 personas que llenaron el Estadio Olímpico de Barcelona aquella tarde de mayo. Tantas emociones fueron agitando las ganas de volver a verle así que el domingo 17 de junio de 2012 quise estar en el Santiago Bernabéu para compartir la noche con él y los suyos como colofón a un fin de semana inolvidable.

Al entrar en el imponente estadio se me volvió a encoger el corazón al ver la cantidad de fans que aclamaban al protagonista de la noche. Familias enteras: niños, jóvenes, no tan jóvenes, maduritos y otros que coqueteaban con la vejez; imposible establecer una media de edad entre sus seguidores, es eterno. Todavía atardecía en la capital española y se palpaba un ambiente de euforia y alegría. De esas tardes concebidas para generar buen rollo. El verano empezaba a sacar sus garras, el sol planeaba ya en sus últimas y el colorido en la grada era inmejorable para el acontecimiento que estaba a punto de dar comienzo. Entonces salió él, a diferencia de otras estrellas del rock, que necesitan mil pollas en vinagre y que el mundo se pare para aparecer en el escenario y que se les contemple ataviados con cualquier “modelito/atentado al buen gusto”, él y su banda entraron caminando lentamente, sonriendo y saludando al público sin grandes aspavientos. Mi ídolo fue el último en pisar el escenario, como siempre, sin buscar protagonismo pero inevitablemente el delirio se apoderó de todos los ahí presentes. Ahí está lo mejor del gran Bruce - ah, sí, lo olvidaba: obviamente estoy hablando de Bruce Springsteen - le miro a la cara y veo que no puede reprimir esa sonrisa de oreja a oreja. Entonces se vuelve hacia su renovada E Street Band como diciendo “Mirad, están aquí por nosotros, no me lo puedo creer” (y se lee en su cara su incredulidad ante tal fenómeno), y vuelve a mirar al público sonrojado.

  
Nadie podrá determinar quién, de entre los 60.000 feligreses que abarrotaron el Bernabéu, era el que contaba con más conciertos de Bruce a sus espaldas, quién quemó más calorías saltando y bailando, quién bebió o fumó más (el hombre de mi lado presentó su firme candidatura al título); pero desde luego sí sé quién fue el que más disfrutó (pese a lo difícil que lo tenía compitiendo conmigo) y ese fue precisamente él: Bruce Springsteen. Ahí el secreto, ahí el porqué de estar llevando a cabo una gira con 70 conciertos alrededor de Europa y Estados Unidos siendo sexagenario, ahí uno entiende por qué sus actuaciones rebasan casi siempre las 3 horas y media de duración, ahí se explica, a fin de cuentas, por qué es el BOSS.

No hay dinero que pague una entrada para un concierto del músico de New Jersey porque lo que se siente al verle te lo llevas a la tumba. La quintaesencia del artista: el genio gestionando el delirio y la locura provocado por sí mismo en miles de personas. Él y sus devotos, frente a frente. Magnánimo. Permítame el lector que le lance una pregunta al propio Bruce: ¿Qué se siente ahí arriba? Curiosidad que no puedo quitarme de la cabeza cada vez que tengo la suerte de poder asistir a un directo. En un concierto no juega únicamente la música, sino que entra en escena la capacidad del artista de gobernar su propio éxito, y ahí el Boss hace honor a su apelativo.


Al salir del Estadio, entrada ya la madrugada en la capital, de camino a por unos señores huevos con morcilla y la enésima caña de la noche, sólo me quedaba agradecer a Bruce la nueva demostración de que que con talento y amando lo que se hace, los límites se los pone uno mismo. Toca esperar para volver a ver los Badlands, Born to run, Waiting on a sunny day, The River, The Rising, No surrender...y mi querida Thunder Road.

Hasta hace poco sentía envidia cuando mi madre hablaba del concierto de Amnistia en Barcelona allá por el año 88. Le brillan los ojos cuando habla de él. O bien cuando alguien te cuenta que vio en directo a tal o cual artista difunto. Yo difícilmente olvidaré un solo minuto de ese fin de semana de junio, y desde luego entre los muchos recuerdos que me vienen a la cabeza cuando pienso en mi amistad con Pepe, a partir de ahora figurara esa noche de calor, cañas y música sobre el tapete del Bernabéu. Uno de esos momentos que me hará ser más viejo a ojos de mis vástagos si algún día los tengo. Los conciertos tienen ese punto único que les hace prevalecer en la memoria, y cuando tienes la suerte de ver algo histórico como lo que presencié ese 17 de junio, siempre habrá un espacio en el departamento nostálgico de tu corazón para las personas con las que lo compartiste y por supuesto para el cantante. Hay quien osa llamarle "momentos que valen toda una vida"...caray, pues no lo sé, aunque no suena del todo mal.

P.D: Huelga decir que, tras 3 horas y 48 minutos, terminé afónico y totalmente exhausto y que tres días después pagué mi euforia con unas anginas que me tuvieron en cama una semana. Pese a los casi 40 años que nos separan, no pude con él. Subió a fans al escenario, recordó a los que ya no están, bailó sin parar y nos puso a todos la piel de gallina interpretando con su voz rota los temas que le han convertido en leyenda viva...simplemente THE BOSS.

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